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Friday, December 26, 2014

Y van cuatro


Hoy ya se cumplen cuatro años de bloguear, por lo que no temo repetirme y de nuevo desear una feliz navidad y un mejor 2015 a todos los que me leen, seguidores y asiduos, así como a quienes divulgan mis entradas. Gracias a todos, incluyendo a Armengol, Ballagas, Cancio, Gálvez, Hernández Busto, Isis, Ponte, Rita Martin, Nestor DDV, Rosado, Ted Henken, Teresita, Rogelio Fabio Hurtado, Verónica y Zoe. A Café Fuerte, Cubaencuentro, Diario de Cuba, Penúltimos Días y Tumiamiblog. En este grupo agrego a Cubanet (Hugo y Armando), a Enrisco y a Libros del Crepúsculo (Rafael). También a todos los que comentan y me divulgan por Facebook, entre ellos Juansi, Jesús Rosado, Mercy Frances, Midalys Palacios, Iván de la Nuez, Jorge Dávila, Jorge Sotolongo, Liu, Idalia, Cira, Nicolás y tantos otros que los omito para no hacer una lista tediosa, incluyendo a muchos que tienen mi enlace en sus blogs. Perdonen los que quedaron fuera, fue al azar, sé que hay muchos más y mi agradecimiento es igual para todos. Gracias otra vez.


Roberto Madrigal

Thursday, December 18, 2014

El fin de una historia


Para ver más allá de la retórica, la grandilocuencia, las posturas y la gravedad de los gestos, en lo que respecta a la política y los políticos, hay que ponerse un lente de cinismo y otro de escepticismo. Como dice una de las definiciones de la política que puede encontrarse en el diccionario de la Real Academia Española: “Arte con que se conduce un asunto o se emplean los medios para alcanzar un fin determinado”. En otras palabras, farsa y manipulación.

Ayer, 17 de diciembre de 2014 culminó un largo proceso de más de un año, que en silencio tuvo que ser y en el cual estuvo involucrado hasta el Vaticano. El gobierno americano, presidido por su presidente electo Barack Obama, anunció, en trasmisión televisiva, simultáneamente con el dictador cubano Raúl Castro, que sus gobiernos habían decidido reanudar las relaciones diplomáticas a nivel de embajada, que se habían roto hace casi 54 años. No hay dudas que se trató de un momento histórico

Elucubrar, discutir, especular, ponderar y adivinar las razones que tuvo cada gobierno para finalmente dar este paso, llenaría volúmenes escritos con interminables discusiones. La política tiene muy poco de ética y se mide en ganadores y perdedores, y en la defensa de los intereses de cada nación. No debe olvidarse que los americanos (bueno, más bien Peirce y William James) inventaron el pragmatismo y los políticos estadounidenses siempre se han regido por ese principio filosófico.

Los ganadores principales de esta maniobra son Obama y Raúl Castro. Dos figuras que siempre han tenido un ojo puesto en la Historia. Obama, con ser el primer presidente afroamericano de los Estados Unidos y con su premio Nobel, ya lo tenía garantizado, pero siempre ha querido más. Ahora se convierte en el líder que acabó con el último lastre de la Guerra Fría. A los ojos futuros de la historia abrió las puertas a una nueva visión política, rompiendo el inmovilismo que acarreaba una política longeva que apenas dio resultados y a la cual se oponían casi todos los gobiernos del mundo.

Castro al fin ocupa un lugar en la Historia que siempre le negó su hermano mayor. Se convirtió en el dictador de turno que consiguió, gracias a su zorruna estrategia de cambios sin movimiento, ser legitimado por el gobierno de los Estados Unidos sin ceder un milímetro en su línea política, manteniendo firme el carácter represivo y antidemocrático de su gobierno. Nueve presidentes americanos se lo negaron a su hermano. No en balde apareció ante las cámaras altanero y enfundado en su traje militar. No podía perder la oportunidad de mostrar ante el mundo su orgullo de anciano criminal. Mucho tuvo que esperar para alcanzar su momento.

A pesar de que ahora comienza un proceso de tecnicismos y ajustes que traerá muchas sorpresas, para los americanos las ganancias, en un principio, están en la posibilidad de colocarse en posición ventajosa para cuando en 2018 se retire Castro del poder (como ha anunciado y si es que llega vivo a esa fecha), de ocurrir una pseudotransición, poder tomar control de renglones económicos y decisiones políticas que les beneficien y estar mejor armados para lidiar con otra posible migración masiva.  Los bancos americanos se beneficiarán del uso de tarjetas de crédito que podrán hacer los visitantes americanos a Cuba. Algunos empresarios comenzarán sus cabildeos para futuras inversiones. Se fumarán más tabacos cubanos y se tomará más ron producido en la isla. Habrá más espías mejor ubicados en la isla y el gobierno tendrá una información más confiable de lo que allá sucede. Garantizan una presencia que hasta ahora les ha eludido.

Castro asegura un aumento en el ingreso monetario que traerán esas visitas, por muy limitadas que sean, así como el incremento de las remesas de los exiliados. Este reconocimiento le asegura poder seguir usando a su antojo la represión contra cualquier expresión disidente. Ahora empuñará con más firmeza el hacha sobre las cabezas de los cubanos. Usará gran parte de los fondos para afirmar el futuro de sus familiares más cercanos y el de sus cúmbilas en el poder. De momento, el camino está despejado. Su ministerio favorito, el del Interior, recuperará un poco de su lustre, ya que tendrán que afilarse para vigilar a los nuevos visitantes. Por otra parte, acaba de perder su excepcionalidad, ahora se le tratará como a otro sátrapa más.

El gran perdedor, como siempre, es el pueblo cubano, que no cuenta para nada en estas negociaciones. Algunos se ilusionarán pensando en grandes milagros que nunca llegarán. Muchos volverán a su nada cotidiana sin remedio. Quizá, dentro de no mucho, habrá más dólares circulando y una cierta minoría de los cubanos de a pie verán mejorar sus vidas un poquito, no mucho. Puede que los trasiegos entre las dos orillas traigan consigo un poco más de ropa y de alimentos, pero no mucho más. Se intensificará la desigualdad social. Pero nada de esto le importa al gobierno americano (no me refiero a Obama, sino a todos, a los once presidentes que han desfilado a lo largo de la continuidad del castrismo), y mucho menos al cubano.

Otros perdedores, en un futuro mediato, serán las cadenas hoteleras europeas. A los Meliá, los Iberostar, los Barceló y tantos otros, les debe preocupar que más temprano que tarde puedan ser sustituidos por los Hilton, los Mariott, los Westin y otros conglomerados americanos. Los turistas canadienses, italianos, españoles y mexicanos puede que pierdan el favor de las jineteras, de los pingueros y de los menores edad de quienes abusan, quienes probablemente pondrán sus servicios a disposición de los americanos.

No hay muchos más cambios de momento. El embargo continúa y la ley de ajuste sigue en pie por ahora, aunque el hecho de elevar la sección de intereses a nivel de embajada puede facilitar las deportaciones y las extradiciones entre ambos países.  Las negociaciones que ambos gobiernos han llevado a cabo en secreto a lo largo de estos años, tendrán lugar ahora por canales más abiertos, más regulados y más transparentes.

No menciono a los otros obvios ganadores, Alan Gross y el innombrado Rafael Sarraff Trujillo. Este último parece haber sido la verdadera razón del intercambio de prisioneros. Ni a los obvios perdedores, los tres espías restantes, que han salido muy rosaditos de su prisión americana y quienes tras posar como payasos en algunos mítines triunfalistas que se llevarán a cabo en las próximas semanas, pasarán, como se merecen, al olvido y a ser triturados por la maquinaria castrista a la cual sirvieron.

No hay mucho más. El optimismo es para los ilusos y los delirantes que compran utopías. El pesimismo queda para los que han visto su tiempo pasar, los que se cobijaron en la inercia de una política que se volvió anacrónica e inútil. Las diferencias fundamentales entre ambos gobiernos se mantienen inalteradas.

El 3 de enero de 1961 Cuba y Estados Unidos rompieron relaciones diplomáticas. Yo me encontraba en Miami con mis abuelos. Esa noche mis padres urgieron que se me regresara y el día cuatro salí para La Habana en un avión DC-4 de Pan American junto a otras cinco personas. Cuando aterricé vi una inmensa fila de gente esperando abordarlo a su regreso a Miami. Escuché que los 116 asientos disponibles habían sido vendidos. Me tomó diecinueve años y un asilo regresar. Esto es el fin de una historia que para mí comenzó muy mal y que no tiene un final feliz, a pesar de haber sido escrita a la sombra de Hollywood.


Roberto Madrigal

Monday, December 8, 2014

Elogio de la trivialidad



El 14 de marzo de 1950, un joven militante del Partido Comunista checoslovaco se presenta en una estación de policía para delatar a un tal Miroslav Dvoracek como espía occidental. Dvoracek fue condenado a 22 años de trabajos forzados, muchos de los cuales pasó en una mina de uranio en Ucrania. Fue liberado tras cumplir catorce años de su sentencia.

La información fue publicada en 2008 por la revista checa Respekt, y se basaba en el análisis, somero, de un reporte policial recién entonces descubierto. Se convirtió en una escandalosa revelación internacional porque señalaba que el joven delator era nada menos que Milan Kundera. La historia se complica porque otras fuentes señalan que Dvoracek era amante de lva Militka, quien era novia de Ivan Dask, a su vez amigo íntimo de Kundera. La intriga que rodeó a este cuadrado amoroso también apunta que quizá fue Dask el delator, pero otras fuentes señalan la posibilidad de dos denunciantes, Dask y Kundera.

Kundera negó los alegatos. Un grupo de escritores, entre ellos Carlos Fuentes y Juan Goytisolo, lo defendieron. Otros se atrincheraron en su contra, como hizo Ivan Klima. Lo cierto es que la sombra de la duda ha pesado sobre Kundera desde entonces, sin que por ello nadie se haya atrevido a minimizar el valor de su obra.

En 1967 se publica la primera novela de Kundera, La broma, en la cual el protagonista, Ludvik, un estudiante universitario, miembro activo del Partido Comunista, envía una postal a su novia en la cual declara: “¡El optimismo es el opio del pueblo! El espíritu sano hiede a idiotez”. Es solo una broma, una pequeña provocación, pero la muchacha lo toma literalmente y con sospecha y denuncia al protagonista ante sus superiores del partido. Ludvik es expulsado de la organización y de la universidad, y es enviado a hacer trabajos forzados a una mina para desertores. Dos años después la obra fue llevada al cine por Jaromil Jires, quien la dirigió y escribió el guión. Filme y novela no causaron sino problemas a Kundera, que luego participó junto con Vaclav Havel en la disidencia antisoviética. No pudo publicar más en su país y en 1975 se exiló en Francia.

En 1979 el gobierno checo lo despojó de su ciudadanía, en 1981 se hizo ciudadano francés y poco después comenzó a escribir el resto de su obra en francés y a insistir que se le considerase como escritor francés.

Con la información que se conoce, aunque ambiguamente, ahora, que no se sabía entonces, se puede conjeturar que la obra narrativa de Kundera obedece a un gran sentido de culpa y a enfrentar el mundo como un caos en el cual los hechos más leves, o los más apasionados, conducen a resultados inesperados para los personajes, debido al interés de las fuerzas políticas en establecer un orden donde no lo debe haber. Viniendo del totalitarismo, Kundera sabe que el poder, y sobre todo el poder total, no tiene sentido del humor o tiene un sentido del humor tan retorcido, que no tolera la ironía que lo desafía.

Kundera también nació en una zona que es una contradicción y casi una broma en sí misma. Una zona geográfica, por muchos años nombrada como Europa del Este por razones políticas que ya han desaparecido y que ha recuperado su denominación geográfica, Europa Central, algo en lo cual siempre insistió Kundera. Esa región que está compuesta por Polonia, Austria, Hungría, Ucrania y la República Checa, que se caracteriza por fuertes sentimientos antisemitas y que sin embargo de ella han salido los principales políticos, artistas, intelectuales y pensadores judíos como Sigmund Freud, Golda Meir, Menachem Begin, David Ben-Gurion, Franz Kafka, Stefan Zweig, Joseph Roth, Dziga Vertov y Leon Trotsky, para no seguir la lista.

Desde los títulos: La vida está en otra parte, El libro de la risa y el olvido, La insoportable levedad del ser, La ignorancia y La lentitud (entre otras), en los cuales resalta lo insignificante de nuestras existencias y lo frágil que somos ante el poder, hasta sus personajes, que son siempre individuos perseguidos, tanto por el estado, como por sus propias dudas y que sufren casi siempre de un castigo, minimizados y despojados de su identidad social, la obra de Kundera es, por una parte un elogio de lo trivial y por otra una perenne penitencia por un pecado original innombrable. Lo trivial como la única esencia de nuestra existencia, el pecado original como una mancha que nadie ha pedido y que, una vez que nos marca, resulta indeleble.

Con su última novela, La fiesta de la insignificancia, demuestra que a sus 85 años, mantiene intacta su visión de la vida, que temáticamente no se ha vuelto complaciente y que aún no se ha podido zafar de los demonios que han alimentado su obra. El peso del poder que quizá por su culpa arruinó la vida de un conocido, que después golpeó la suya y que afecta a sus personajes, lo sigue cargando trabajosamente sobre sus hombros.

En esta brevísima novela, se ofrecen instantáneas de los encuentros y desencuentros de cuatro amigos, Ramón, Calibán, Alain y Charles, sesentones tardíos, que unidos por un pasado común que nunca pueden olvidar, se relacionan en base a situaciones triviales y bromas. También fingen para provocar afectos, ocultan ese vacío y levedad de sus vidas para asumir personajes y máscaras con las cuales enfrentar al mundo.

No es una gran novela, no posee densidad temática ni sus personajes tienen mucha riqueza psicológica, y pudiera ser prescindible si no fuera porque de alguna manera quizá cierra el ciclo de un gran escritor, pero a pesar de su escuálida narrativa y de ser mayormente una reunión de aforismos y meditaciones agudas de afectada superficialidad, su escritura mantiene la ironía y el sarcasmo típico de la prosa del mejor Kundera.

Charles se regodea contando una anécdota de Stalin, en la cual el georgiano se da gusto haciendo un cuento a los miembros de su Politburó, sobre veinticuatro perdices que él fue a cazar, y después de matar a la mitad y de haberse quedado sin balas, narra que se aprovisionó y regresó al lugar para ver que las restantes perdices se mantenían pasivas en el mismo lugar en el cual las había dejado y las mata entonces a todas.

Los miembros del Politburó no entienden si el cuento es en serio o es una broma, y se esconden en los baños para patalear y quejarse de las mentiras de su líder, Jrushchov principalmente, se lo toma todo en serio y tiene que ser consolado por Brezhnev, mientras sin ellos saberlo, Stalin los escucha oculto tras la puerta, muerto de la risa. Al final de la novela, un Stalin disfrazado de cazador, o un impostor disfrazado de Stalin disfrazado de cazador, se pasea por el jardín de Luxemburgo, disparando contra las estatuas de las reinas de Francia.

Kundera parece insistir en que la vida es una broma mal contada, todo es insignificante, solo las ideologías y las religiones quieren darle gravedad a la vida. Al final nada importa y lo trivial es nuestro refugio. Como reza un pasaje de La broma: “…la gente se engaña mediante una doble creencia errónea…y en la posibilidad de las reparaciones (de los actos, de las injusticias)…La realidad es precisamente lo contrario: todo será olvidado y nada será reparado. El papel de la reparación…lo lleva a cabo el olvido. Nadie reparará las injusticias que se cometieron, pero toda las injusticias serán olvidadas”. En La fiesta de la insignificancia hay un momento que parece un corolario de lo anterior en el cual Ramón dice: “…una sola cosa me hace falta: ¡el buen humor!...No la burla, no la sátira, no el sarcasmo. Sólo desde lo alto del infinito buen humor puedes observar debajo de ti la eterna estupidez de los hombres, y reírte de ella…pero ¿cómo encontrar el buen humor?”.

Pero Kundera, a pesar de todo, ni olvida ni lo olvidan, su propia vida es una broma.


La fiesta de la insignificancia. Milan Kundera. Tusquets Editores. Colección Andanzas. 2014. 138 páginas.