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Monday, March 25, 2013

El músico que nunca existió



Pertenezco a una generación que creció en medio de una rescritura de la historia para la cual no faltaron amanuenses bien dispuestos, que no solo enarbolaban la pluma sino también el borrador. Se nos educó para pensar que la historia cubana antes de 1959 había sido un accidente desastroso o la de una nación manipulada por fuerzas malévolas que nada bueno pudieron aportar. Debíamos sentir culpa por nuestro pasado y ser revolucionario era la única forma de ser y de definir la cubanidad. Se nos preparaba para entonces recibir la versión de los triunfadores. No se nos enseñaban hechos, se nos daba una visión, una opinión y una relación editada de la historia. A pesar de haberme pasado la adolescencia y algo más luchando contra las limitaciones de mi educación, algo quedó. De eso me di cuenta mucho más tarde, ya en el exilio. Esa fue quizá una de las razones por las cuales nunca supe quién fue Bebo Valdés, o sea, hasta que todo el mundo supo, gracias a Paquito D’Rivera, quién fue Bebo Valdés.

No soy músico ni especialista en música, pero sí soy un musicófilo y estoy seguro que conozco mucho más que la persona promedio. El jazz, en todas sus variantes, siempre me ha interesado sobremanera. Aunque nunca participé de círculos culturales oficiales, sí tuve una relación distante, episódica, más tangencial que marginal, con algunos de quienes a ellos pertenecían, incluyendo a pianistas como el propio Chucho Valdés y a Emiliano Salvador, entre otros. Conocí también a músicos que fueron tempranamente marginados, como Mike Porcel y Sergio García-Marruz, este último no solo un extraordinario guitarrista, sino un gran conocedor de la historia su arte. También tuve muchos amigos que no llegaron a ser músicos, pero si eran grandes aficionados y la música era prácticamente su vida. Sin embargo, en Cuba, jamás oí hablar de Bebo Valdés. Se hablaba y se conocía la trayectoria de muchos que estaban prohibidos por ser enemigos de la revolución, pero que seguían sonando por el extranjero. De todos se tejían interminable leyendas. Hasta de Los Sobrinos del Juez oí hablar y pude escuchar, pero de Bebo Valdés nada.

Quizás otra de las razones de su desaparición de la memoria nacional fue su propia actitud, ya que optó por disfrutar la intimidad que un cálido amor le ofreció en la gélida Escandinavia. Lo supongo, no lo sé, porque es difícil interpretar a quien no se conoce. Aparte de su valor musical, Bebo Valdés se erige en síntoma y símbolo del poder de la censura, del resentimiento social y de las frustraciones artísticas cuando estas se ligan al poder.

Muchas generaciones de músicos crecieron y se educaron sin tener la menor idea de su importancia en nuestra historia musical. Durante ese lapso de tiempo no es solamente que haya sido olvidado, sino que fue como si nunca hubiera existido. No es el único, Cándido Camero es otro que me viene a la mente, pero en estos momentos es el más destacado. Por suerte lo pude disfrutar una vez rescatado, pero siempre me he preguntado cuántos otros hay en otros sectores del arte y de la ciencia. Puede que la ignorancia sea una bendición, pero nunca si viene acompañada de la mano de la censura. Con su muerte, Bebo Valdés se despide, pero esta vez va camino de la memoria. Muere y por tanto existe.

 
Roberto Madrigal

Monday, March 18, 2013

Latinoamericano, jesuita y ...blanco



Cuenta Mateo en su evangelio que cuando los fariseos trataron de confundir a Jesucristo en sus múltiples visitas al templo le preguntaron, sabiendo que éste detestaba a los cobradores de impuestos, si era justo pagar tributo al César, a lo cual Jesucristo respondió con una de sus parábolas: “¿De quién es la imagen que está en la moneda?” y al responder estos: “…de César señor”, él les respondió: “Entonces den al César las cosas que son del César y a Dios las cosas que son de Dios”. (Mateo 22: 15-22).

Esta manida parábola parece haber indicado el camino dicotómico que habría de tomar la futura iglesia católica. Por una parte, una misión terrenal, como estado destinado a mantener control político y social. Por la otra parte, su misión evangelizadora de propagar los principios doctrinarios. A lo largo de los siglos la Iglesia Católica ha visto mermar su poder hegemónico, que ha ido desde un gran imperio, asociado a los poderes políticos en diversas formas, a un solo estado autocrático, encargado de promocionar lineamientos políticos a sus fieles y de mantener las mejores relaciones posibles con los otros estados y sus gobernantes. El lado de los asuntos del más allá ha cambiado poco, fiel a sus principios fundamentales y mayoritariamente conservador. Lo que concierne estrictamente a Dios no admite mucha flexibilidad de ideas, ya que se supone que sean verdades absolutas y universales. Además, la fe no está sujeta a discusión, se tiene o no se tiene.

Hace tiempo que el Vaticano siente la necesidad de nombrar un Papa latinoamericano. Se ha informado que en el año 2005, el entonces Arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Jorge Mario Bergoglio, acumuló muchos votos del Sínodo que finalmente eligiera al Cardenal Joseph Ratzinger como Benedicto XVI. Ya se había roto con la larga tradición de papas italianos al elegirse al cardenal polaco Karol Wojtyla, en 1978, para que se convirtiera en Juan Pablo II. Incluso se ha dicho que Benedicto XVI tenía los ojos puestos en el Arzobispo de Sao Paulo, Odilo Pedro Scherer, como su sucesor.

La América Latina ha crecido en importancia ante los ojos del Vaticano por varias razones. El poder político de la jerarquía católica en Europa ha estado estabilizado en los últimos cien años y parece haber llegado a su punto de saturación. Las decisiones de la Unión Europea tienen poco que ver con las decisiones políticas del Papa y su colegio cardenalicio. Los temas respecto al aborto, la participación de la mujer en la sociedad y la aceptación de las diferencias de orientación sexual no son asuntos en los que la iglesia se mueve bien y por lo general la visión de la sociedad civil se impone sobre la religiosa. En Estados Unidos, país mayoritariamente calvinista, los católicos siempre han tenido una voz limitada, de hecho, un solo presidente ha sido católico. Por lo tanto, un Papa europeo o americano no avanza mucho la causa política vaticana. Asia y Africa son continentes con demasiados conflictos étnicos, políticos y tribales, y en los cuales el Vaticano no ha tenido un peso significativo. Además, las tradiciones religiosas que predominan, desde diversos animismos, pasando por el budismo, el hinduismo y el islamismo, no proveen un terreno fértil para el desarrollo del catolicismo. Es una batalla cuesta arriba. Un Papa asiático o africano no avanza el poder político de los católicos.

Latinoamérica siempre ha sido un continente sólidamente católico cuya curia, salvo por aislados eructos como el padre Camilo Torres, el Arzobispo Romero y la Teología de la Liberación, se ha mantenido eminentemente conservadora y asociada a los gobiernos de turno. Sus fieles y fanáticos se debaten entre la pobreza y el recibimiento de una recompensa paliativa en la otra vida. Pero en la última década las iglesias fundamentalistas protestantes, con sus socialmente agresivas misiones, le han comenzado a quitar terreno a los católicos en dimensiones alarmantes. El Vaticano busca recobrar y avanzar su posición en este continente que es el único baluarte que le queda. Tampoco deben haber perdido de vista que dado el flujo indetenible de latinoamericanos a los Estados Unidos, esta elección sería una forma de entrar por la puerta trasera para influir sobre las estructuras de poder americanas.

Independientemente de sus méritos y deméritos personales, los cuales no voy a entrar a discutir ya que la biografía de las figuras públicas está sujeta a constantes y convenientes manipulaciones, la elección del argentino Bergoglio, por encima de otros candidatos también de relevancia continental como los ultraconservadores cardenales Norberto Rivera (Arzobispo de Ciudad de México) y Juan Luis Cipriani (Arzobispo de Lima) y del moderado Odilo Pedro Scherer, resulta lógica por varias razones. México y Perú, países depositarios de las más grandes culturas precolombinas, presentan problemas al Vaticano. La política mexicana es muy compleja y no es fácil de controlar por el papado. Además, a pesar de su gran influencia en el continente, México es un país sui generis, que es una isla y un continente en si mismo. Perú ha sufrido mucha inestabilidad política en los últimos treinta años y es la cuna de Gustavo Gutiérrez y su teología de la liberación. Brasil es un gigante político y económico, pero no habla español y eso limita su poder de transferencia endémica al resto del continente. También resulta que Monseñor Scherer está muy ocupado tratando de controlar al católico carismático Marcelo Rossi. Argentina es el país latinoamericano con menos tradición indigenista y menos contrapunteo étnico, un país que siempre ha mirado a Europa como modelo, más ajustable al catolicismo tradicional.

Otra ventaja es que el padre Bergoglio procede de los jesuitas. Es sabido que los jesuitas tienen tradición y reconocimiento como educadores, renovadores sociales y administradores eficientes. Todo lo cual necesita un continente empobrecido, que se debate entre el Socialismo del Siglo XXI, el populismo ramplón y un liberalismo endeble. La imagen de un jesuita, un representante de una orden perennemente controversial,  como Papa, por primera vez en la historia, puede verse como un llamado a la reconciliación de la iglesia, tan dividida por tantos asuntos internos, entre ellos la galopante epidemia de pedofilia.  Matan con esta elección varios pájaros de un tiro. Estoy seguro de que al elegir Francisco como nombre, aunque el Papa ha explicado que lo hace por Francisco de Asís, y no tengo por qué dudar de su sinceridad, lo ha hecho con el doble sentido de rendir homenaje también a Francisco Javier, el cofundador de la Sociedad de Jesús. Ambos franciscos fueron iconoclastas y transformadores de la iglesia.

Por último, pero no menos importante, al aparentemente irse a los confines del mundo a buscar al nuevo Papa, en realidad el Vaticano no ha ido muy lejos de las fronteras europeas. Ha elegido a un hombre blanco, descendiente de inmigrantes italianos, que a pesar de que los franceses digan que Africa comienza en los Pirineos, es una extensión del poder europeo. Han evitado arriesgarse a escoger a un hombre de una raza oscura y diferente, alguien que provenga de zonas étnicas cuyos antecedentes religiosos estén de alguna manera influenciados por otras creencias, alguien que pueda, quizá a su pesar, promover el sincretismo. En fin, lo que se espera del Papa Francisco es que mantenga la tradición conservadora de la iglesia, que enfrente lo mejor que pueda los problemas que cualquier otro elegido hubiera tenido que enfrentar, pero que a su vez lo haga promoviendo la supremacía católica a través de un grupo de fieles unidos por un lenguaje y una idiosincrasia, que han sido hasta ahora olvidados y que se regocijarán en la promesa de la atención que podrán recibir de la jerarquía ecleciástica.

Roberto Madrigal

Monday, March 11, 2013

De mal en peor (bis)

Hace tres años y medio que publiqué esto. Casi todo lo aquí predicho se ha ido cumpliendo. Se pueden añadir muchas otras causas a los males que aquejan al béisbol cubano, que no es más que un reflejo de lo que pasa en el país. No soy vidente, pero las causas y razones aquí enunciadas se mantienen vigentes. La decadencia es imparable. En los años que han pasado desde la escritura de este artículo, se han largado para las Grandes Ligas todo lo que valió y brilló en a pelota cubana y mucho que tampoco sirve para nada.

La reciente eliminación del equipo cubano de béisbol en el Clásico Mundial a manos de los tulipanes holandeses, no ha hecho más que añadir evidencia a lo que desde que los peloteros profesionales comenzaron a participar en los eventos beisboleros internacionales se ha hecho obvio: el imparable declive de ese deporte en Cuba. El equipo nacional cubano, que por décadas campeó por sus respetos cuando enfrentaban a colegiales y a jugadores aficionados, convirtiéndose en el coloso de los eventos internacionales, hoy en día es un equipo más (o un equipo menos).

Las razones más obvias se conocen bien. Más de cincuenta años de aislamiento del béisbol más competitivo, la continua miseria económica que hace que ni siquiera los estadios más importantes reciban el mantenimiento adecuado y las crecientes defecciones de algunos de sus mejores atletas, para no continuar lloviendo sobre mojado, han afectado la calidad de juego. No es culpa de los atletas ni falta de talento, pero cuando en cualquier campo se limita el desarrollo profesional, la merma cualitativa es su consecuencia.

A esto se suman factores externos, como la creciente globalización del deporte, a la cual los jugadores de la isla tienen poco que aportar, ya que como único pueden hacerlo es exilándose. Hoy en día hay peloteros cubanos en las ligas españolas, italianas, brasileñas y de muchas otras naciones en las cuales este deporte era, hasta hace bien poco, un evento marginal. La ya mencionada participación de los jugadores de las grandes ligas y de las ligas menores americanas, en las cuales a su vez, cada día participan más atletas de todas partes del mundo y la eliminación del béisbol de los juegos olímpicos.

Las nuevas generaciones tampoco se inclinan al béisbol, que es un juego lento y apacible, que nunca se sabe cuándo termina porque tiene su propia medida del tiempo. Lo sostiene la tradición que tiene en Cuba y el hecho de que todavía es, al menos en Cuba, el deporte con más equipos y cuyos jugadores tienen más longevidad, factores que inciden en la decisión de un joven de hacer una carrera deportiva. Pero no hay más que ver la creciente afición por el fútbol profesional, en un país donde no hay un jugador ni un equipo que valga la pena en ese deporte. Los jóvenes cubanos se han convertido en fanáticos de equipos profesionales como el Barcelona y el Real Madrid, a quienes solo pueden ver en televisión y de quienes se encuentran a más de siete mil kilómetros.

Pero si los cambios siguen como van con la economía cubana y como ya se ha anunciado en la arena cultural, en la cual se va a considerar la rentabilidad de los proyectos, los fanáticos de la isla van a enfrentar permutaciones drásticas. Es prácticamente imposible mantener presupuesto realista para tener una serie nacional con dieciocho equipos con el objetivo de continuar alimentando el provinciano orgullo provincial. Si el béisbol se ha mantenido hasta ahora por encima de consideraciones económicas es porque es el deporte favorito de Fidel Castro, el Fanático-en-jefe. Pero a Raúl Castro no le interesa mucho el béisbol. Se impondrá una profunda restructuración que no será del agrado de muchos.

Otros cambios que se avecinarían sería la necesidad de volver a una estructura similar a la que existía antes de la llegada de Castro. Unas ligas aficionadas patrocinadas por empresas, sindicatos o agrupaciones profesionales y una liga invernal profesional que sirviera de finca de recría para los equipos de las grandes ligas, en la cual los equipos serían franquicias de estos y jugarían no solamente peloteros cubanos, sino todos aquellos que necesitan afinar sus habilidades durante los meses de invierno, como ocurre en República Dominicana, Venezuela y otros países del área. Por supuesto, el corolario de esto sería permitir a los peloteros cubanos viajar libremente a los Estados Unidos para jugar en los equipos de las ligas mayores. Pero esto no puede suceder por el momento ni en un futuro inmediato. El embargo no permite que los cazadores de talento puedan ir a Cuba a contratar legalmente a nadie, ni que se le puedan pagar salarios a residentes de la isla, ni los equipos de las mayores pueden establecer franquicias allá. Eso solamente vendrá cuando se produzcan cambios realmente drásticos en la política cubana. Por el momento, las defecciones continuarán como única opción para el desarrollo profesional de los peloteros de la isla.

Roberto Madrigal

Monday, March 4, 2013

Una adolescencia entre la amnesia y la desesperanza


 
Por razones históricas me perdí la obra de Eduard Limonov en su momento de efervescencia. Tuve noticias de sus novelas como resonancias lejanas y endebles en la década de los noventa y nunca me interesé por ellas. No ha sido hasta ahora, con la reciente publicación de una biografía titulada Limonov, escrita por Emmanuel Carrére y editada en España por Anagrama, de la cual Iván de la Nuez hizo una excelente reseña (El contrahéroe, http://www.ivandelanuez.org/?p=2585) que me he decidido a leer una de sus novelas.

Memoir of a Russian Punk, escrita en Francia en 1983 y publicada en inglés en 1990 es una de esas novelas que debió publicarse en su país de origen y que mereció escribirse y publicarse mucho antes, pero los regímenes totalitarios se especializan en dividir sus literaturas en “dos orillas”. La trama de la novela ocurre en el Járkov de 1958, durante dos días de celebraciones por el cuadragésimo primer aniversario de la Gran Revolución de Octubre, en un momento de la historia soviética en el cual bajo el gobierno de Nikita Jruschov se producía una suerte de deshielo ideológico y se producían cambios encaminados a liberalizar la sociedad y a mejorar el nivel de vida del ciudadano común, pero que dadas las características del sistema y lo errático de los lineamientos de Jruschov, ninguno de estos objetivos culminaba en éxito. La población se debatía entre la repentina ausencia de la epopeya tras la muerte de Stalin y un porvenir desdibujado, arrastrándose sin asidero entre el polvo de los bustos destrozados y el declinante balbuceo de la grandilocuencia pasada.

Eddie, el personaje principal, trazado en base a las experiencias del autor, es un joven de quince años, hijo de un oficial del ejército y de una ama de casa, vive en un barrio proletario de edificios prefabricados que parecen no tener espacio entre si y en el cual muchos de los jóvenes que allí habitan son parte del lumpenproletariat. Eddie pasa de ser un estudiante ejemplar, aficionado a escribir poesía, a aprendiz de delincuente. En su repentino afán de diferenciarse del rebaño opta por asociarse e identificarse con lo peor de lo que le rodea.

El libro revela asuntos que nunca pudieron tocarse en la literatura que se publicó en la Unión Soviética. Deja ver las rivalidades étnicas existentes en una sociedad que vendía una imagen de homogeneidad.  Muestra un grupo de jóvenes hartos y avergonzados de su pasado “heroico”, quienes para olvidarlo asumen una americanización impostada que va desde la forma de vestir, hasta la forma de hablar, pasando por los gustos musicales y las afinidades literarias. Una juventud extemporánea, un grupo que no representa otra cosa que sus propios integrantes. Jóvenes que admiran ciegamente a cualquiera que haya estado preso en Kolyma, aunque no fuera por razones políticas. Los campos de concentración como insignia de heroísmo impoluto.

Los personajes tienen muy pocos atributos positivos. Son rebeldes con poca causa que molestan en cualquier sociedad pero que en este caso, al enfrentarse a una sociedad represiva y totalitaria, desvelan sus fisuras. A la larga, su conducta los llevará a la cárcel, a una vida mediocre o, en el mejor de los casos, al exilio mítico.

Limónov ha padecido de protagonismo crónico y ha tratado por todos los medios de crearse una imagen de eterno enfant terrible. Nacido en 1943 con el nombre de Eduard Veniaminovich Savenko, en el pueblo industrial de Dzerzhinsk, se mudó a Járkov a una edad temprana. Desde los trece años comenzó a escribir poesía y adoptó Limonov como su apellido literario. Se mudó a Moscú en 1967 y formó parte del movimiento Samizdat en la década de los setenta y alcanzó cierta notoriedad como poeta disidente. En 1974 consiguió que el gobierno soviético le emitiera una visa israelí falsa, con la cual emigró a los Estados Unidos. Se estableció en Nueva York y le atrajo la cultura punk, los homosexuales negros y la política radical del Socialist Workers Party, lo cual alternaba con visitas al famoso Studio 54 y la publicación de entrevistas con emigrados famosos en periódicos escritos en ruso y dirigidos a la comunidad rusa. Su primera novela, It’s Me Eddie, fue rechazada por cuanto editor americano la tuvo en sus manos pero fue publicada en Francia en 1980 y resulto un éxito instantáneo.

Opacado por la sombra de Nabokov, Brodsky y Barishnikov, entre otros, se instaló en Paris en 1980 y capitalizó finalmente con el éxito de sus novelas. Gorbachov le restauró la ciudadanía soviética y en 1991 regresó a Rusia con su segunda esposa de la cual se divorció para luego casarse con la actriz Ekaterina Volkova. Como el anticomunismo ya no era una carrera rentable, se dedicó a defender las limpiezas étnicas de los serbios y se le vio en Sarajevo junto a Radovan Karadzic.  En Rusia formó el Partido Nacional Bolchevique, cuyo objetivo principal es la creación de un estado imperial que una a Rusia y Europa bajo el dominio ruso. En 2001 estuvo preso, acusado de terrorismo. Cumplió dos años de una sentencia de cuatro. Dado el extremismo político de su partido, que se caracterizaba en parte por su xenofobia, antisemitismo y nacionalismo, no tuvo mucho éxito en su oposición a Putin y decidió liberalizarlo. Eliminó el discurso racista y se unió al Frente Cívico Unido que lidera el excampeón mundial de ajedrez Garry Kasparov para intentar ubicarse de manera más visible en el mapa político ruso.

Mucho de lo que se sabe de Limonov es dudoso. Alimenta constantemente su leyenda como personaje público e insiste que los protagonistas de sus novelas están basados en su propia experiencia vital, tratando de crear una simbiosis entre su producción literaria y su vida política. Es un majadero profesional. Todo esto pudiera nublar el juicio que debe hacerse sobre su obra, pero lo cierto es que Memoir of a Russian Punk es una novela bien escrita que va más allá de su riqueza temática. Da lo mismo que refleje o no la vida de su autor porque describe un universo con vida propia, creíble, repleto de personajes complejos y narrado acertadamente con un lenguaje que responde a las exigencias narrativas del periodo que cuenta. El valor literario de esta novela no le debe nada a la conducta pública de su autor. Se pudiera decir de Limonov lo mismo que se puede decir de Ezra Pound, que no fue un escritor fascista, sino un escritor que fue fascista.

Memoir of a Russian Punk. Por Eduard Limonov. Grove Weidenfeld, New York, NY, 1990. 312 págs.

Roberto Madrigal